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TRES HIMNOS TRES POESIAS

 

Corra, corra este cuerpo y sea elevado y precioso
como el alma al que se canta majestad,
porque hay trigo en él.
Y sea proclamada la divinidad concreta, corporal:
que come, que bebe, que duerme, que habla
y que da a luz divinidades como ella, a su semejanza.
Divinidad de los cuerpos que rigen sobre esta tierra
sobre estas grandes ciudades, sobre las aldeas benditas,
sobre los bienes de hierro, sobre la electricidad, sobre
lo verde
y sobre los barcos en los mares del mundo.

Son éstas las partes del cuerpo humano que sufren el
dolor de la visión sobre nuestra redonda isla.
Son los que trajeron la idea gótica al mundo y la
realizan.
Son los que concibieron el maravilloso concepto,
el más maravilloso del universo y lo expresaron así:
Dios.

Se derrama el alma en cada gota de sangre y es feliz
en su fortaleza,
mientras en el cuerpo se mantiene el pulso y el oído
oye y el ojo ve
y la boca come, y bebe, y habla y besa;
pero qué es el alma, cuál es su fuerza, si una pequeña
flecha
perfora el cerebro del grande Newton y al morir es
menos que una rama.

¿Nweton menos que una rama? Porque de él ya no
puede hacerse
ni siquiera el umbral de la casa de un ser viviente
y si no se lo entierra, no se acercará un hijo o alguien
que lo quiere
a besarlo, y no comerá su pan a la vista de su
podredumbre húmeda...
Nosotros, los que físicamente vivimos, portamos esta
espera
y nosotros hacemos rodar la espera -misión con
fortaleza--
desde la profundidad de nuestras vidas y hasta la
cumbre del milagro,
hacia las alturas del Mesías aspiran todos los dolores
de la generación.
Hacia las alturas de nuestra visión, que arde cual fuego
en las venas llenas de rojo hermoso,
a redimir la Redención en el mundo, que es como
gotas de sangre,
como oro fundido en el Reino que vendrá por orden
externa.
De nuestro interior, de nuestro cuerpo surgirán hoy
el primer día de belleza del universo y también el
último,
y si nosotros no estaremos - cómo llorará Dios por
el vacío
y quién leerá la escritura de las estrellas en las cálidas
noches
y sobre qué preciosas espaldas los árboles darán su
sombra.
¿Qué más precioso habrá en la tierra que la sangre
y la carne?

* * *

De mujer a mujer, la ruta del entusiasmo por la única
pérdida,
la profunda.
Del oscuro túnel subimos hacia el sol y nuestro anhelo
era el túnel.
Del olor de la madre, al recostarnos sobre sus senos
olor de mujer aspiramos, y esta embriaguez nos
acompaña....
Aún veremos completa, en la mitad de los tiempos,
las líneas rotas
y vendrá en los acontecimientos como cuchillo filoso:
la mujer frente a la virilidad...

A la tarde la adolescencia en medio del mundo,
hay alrededor también un juego de bebés y de jóvenes
que crecen y que cantan: están llamados a subir hasta
el sol.
Rueda la pena que no se expresa nunca en palabras
y seremos el perro que recorre las distancias hasta
la ciudad
donde nació el niño.
Y la casa no está, porque la casa judía fue quemada
por las legiones,
y el perro hurga entre la basura o hurga en el pasto
y ladra en el lugar en que estaba la cuna del niño,
en el lugar donde estaba la cama,
en el lugar desde donde la parturienta dio el grito que
perforó el techo.
¿Dónde está el niño radiante? ¿Dónde está la radiante
madre?

En horas de la tarde la adolescencia en medio del
mundo
(alrededor hay juegos de niños) se tiende el león en
su pesada sangre
frente a la profunda pérdida y perfora el fuego,
contenido en la sangre,
la piel y sale a iluminar;
que salga el cachorro de león en su imagen y semejanza,
y lleve parte de su sangre aquí...
y alguna vez, a la tarde, se recostará también él aquí,
en su sangre pesada sobre el mundo;
el hombre frente a la mujer.

* * *

Eso también puede verse en las palmas de nuestras
manos
en la visión de nuestros desgraciados dedos.
Infortunados los varones y las mujeres infortunadas.
Acecha la muerte, aún cuando está lejos.
Está amasada en el pan y mezclada en el agua.
No en el espanto de la noche tocaron la alarma los
marinos
sobre los mares, llamando salir de los camarotes a la
cubierta del barco
y estar expuestos a los cuatro vientos en setenta idiomas
y gritando: ¡salvad! ¡salvad!
Nosotros sobre la tierra, como sobre un profundo
abismo
y el destino, que se nos adelanta, marca, sobre el
calendario blanco,
las notas del himno de la perdición.

...No seremos presa de los peces en el mar;
al abismo, en el cual los ojos no ven fondo, bajaremos;
más profundo que el mar es, porque está en nuestra
alma.
Día y noche bajaremos, bajaremos
para que toda gota
de las fuentes de nuestra raza
por entre los dedos, como la arena se vierte el oro
y la preciosa mezcla cae como líquido;
estos son los días...

Y alrededor, tan elegante y grato es el mundo
desde la choza en el campo hasta el palacio en la ciudad,
que nosotros, los perdidos, construimos con nuestro
esfuerzo,
y el individuo se asombra porque no estará cara a cara
frente al otro,
el perdido, igual que él, mano a mano dirá.
¡Somos hermanos en el única perdición!
Dios, te abandonamos,
también El nos abandonó.
Pero él, sin nosotros, se dirigió al animal y lo ungió
raza maravillosa
y nosotros a los reptiles parecimos, al no haber Dios
en el cielo para nosotros.
Y en la tierra hay escondite para el muerto y para el
silencioso,
pero no hay refugio para los perseguidos por el destino
desde un extremo del universo hasta el otro extremo.
Con la respiración ardiente y el alma amenazada
en setenta reinos en setenta idiomas:
¡Salvación a los perdidos sobre terreno seguro!

* * *

¿A quién los rebeldes del mundo elevarán, desde las
profundidades,
sus palabras de rebelión,
y a quién confiarán los temores de su destino
tus vagabundos en el universo,
mi rey y mi Dios?
No les surgen palabras cual lágrimas;
la decepción está en su interior
y ya no hay fe ni hay visión...

Como la sangre hirviente de Zacarías es nuestra sangre.
¡Oh mi rey y mi Dios!
Pero son pocos los que te llaman para que los redimas
del presente
y no vendrá la tranquilidad hasta que todos, todos,
todos
se levanten a pedirte: piedad, ¡padre!
(como los que llegan a las aguas profundas te pedirán).
A quién sino a ti, padre, suplicaremos
durante setenta años de vida dudosa,
sobre las espaldas las grandes urbes, locomotoras y
puentes
sobre los cráneos, y libros con la visión del engaño...
Día a día te sentiré, mi Dios,
con gran poderío y huérfana piedad
y las puertas del cielo abiertas, abiertas,
hasta que la sangre que sube nos cantará,
hasta que los que llegan al abismo te llamarán.

* * *

Porque madres nos arrojaron en el medio de los tiempos
sin una sola patria judía en el mundo;
fundimos el oro de nuestras grandes nostalgias en la
perdición,
en toda urbe, en toda ciudad, en todo rincón disperso
en el mundo.
No se levantó en este mundo una pirámide de oro
por las nostalgias judías y las profecías de sus almas.
Nuestras ideas góticas no levantaron una casa al Señor
de todo viviente.
En los ojos desparramados de una de las legiones de
Bar - Cojba
vimos el destino de Israel en su resplandor derramado.
Esta llama interna, que está en las bellas almas
no salió afuera a incendiar los árboles
o a iluminar la alegría oculta sobre tierra que alimenta.
Ella nos gangrenó desde la espalda y avanzó de riñón
en riñón.
Ella produjo el incendio en la casa: no se vio humo;
excepto esto seríamos como los europeos.
No incendiamos en el fuego de los deseos las bases del
universo,
tampoco el crepúsculo con las sombras de un judaísmo
doliente
a los ojos de los gentiles.
Tampoco nuestra ira surgió ni convocó millones de
durmientes
en sus camas durante las noches.
Ni una vez obedeció el sol a nuestras órdenes;
no cayó el sol como metal hacia abajo.
Ni una sola noche las estrellas apagaron sus luces
señalando nuestra profunda pena.
Nunca bajaron las nubes a beber del pozo de nuestra
aflicción
ni subieron a derramar en su lluvia nuestras lágrimas
sobre la tierra.
Tampoco al Señor clamamos en nuestras sinagogas:
Dios, haz pasar las corrientes de los siete mares sobre
nosotros
o apaga las coronas de fuego que están sobre los
elevados cuerpos
en medio del universo,
e iremos y haremos la voluntad oculta del mundo.
¿Qué ventaja habrá si aspiramos?
¿Qué ventaja habrá si surgimos?
Aún los que no conocen la sabiduría de la apariencia
reconocen en el perfil de nuestros rostros, porque
estamos perturbados
porque basta una sola palabra para expresar el miedo:
la palabra judíos.
¡Ah, no en vano nuestras piernas parecen las dos
maderas
en las que se enrollan los rollos de la ley
en su terrífica elevación entre tierra y cielo!
Para nuestra vergüenza no se extienden a nuestros
pies campos arados,
ni hileras de árboles, ni fuentes para beber,
para nuestra vergüenza estaban nuestras casas secas
bajo grandes resplandores
y a pocos pasos de sus umbrales desaparecía el verde
de la primavera
(es un milagro que en los techos de nuestras casas
había nidos de pájaros).
Nuestros padres eran como alquimistas siete veces
infortunados,
al ir a sacar del cráter de los mares el pan,
para saciar a sus niños que crecían en el secano,
y no sabían que hay que labrar la tierra para tener pan.
Tan profundos estamos en el tiempo de nuestra
existencia
que no podíamos siguiera llorar nuestras penas como
los chacales.
Nosotros lloramos muy profundamente y nuestros
cuerpos no lo saben.
El llanto es como dinamita en el seno de la montaña;
y el monte no sabe lo que en su interior esconde
hasta que estalla potente y sabremos también nosotros:
¡que nosotros somos el volcán!

* * *

Y si allí renegué de mi hermano judío con patillas
básicamente iracundo y furioso contra nosotros, los
herejes,
extraños a la vergüenza del judaísmo en su dolor
profundo
los que se asemejan a los gentiles con sus perfumados
mechones,
los que fuman cigarrillos en la noche del sábado
para arruinar los pulmones de nuestro Dios hebreo.
Ellos están aquí, a la distancia, en los días de la
purificación hebrea
sobre la tierra de la raza y de la divinidad de Jerusalem;
vive Dios, que yo no renegaré de mi hermano, el judío
con patillas
y como yo amo las rocas y las lluvias de mi país:
rocas de oro silenciosas de nuestro reino muerto,
y llamaré a la arena de aquí "mi oro, oro mío":
mi oro, oro mío, en el viento del desierto judío.
Y así como preferiré todas las ruinas de Sion,
encontraré mi felicidad en mi vacilación en el desierto.
Sin duda amaré las partes de oro vivientes.
Hermano judío con patillas en su manto de oración
con sus grandes sombreros de sábados que son
recuerdos de coronas
y sus ropas de seda que en su brillo rememoran
las espadas de plata antiguas.
Y así los veré de lejos, cuando caminan en Europa
maravillosos embajadores del reino de Oriente.
En la Europa cristiana reciben la majestad del fuego
a los ojos de los grandes y de los pequeños
que marchan tras ellos con la ingenuidad de los
corderos
y sus bocas finas parecen cortadas por cuchillo...
y si alguna vez me burlé de su canto, ay,
porque conocía la novena sinfonía en el mundo
y fue liviana su elegía en el peso de la sangre y las
lágrimas
ante la marcha fúnebre gentil de Chopin
hoy yo percibo la profundidad de su canto:
canto a todo hombre desde una generación hasta la
generación doliente,
canto que parte los corazones y sube hasta la punta
de los dedos
y su magnitud surge en mi carne al cantarlo...
Ahora odio como ellos la escritura latina, la escritura
cirílica
con sus letras se escribieron las terribles ordenanzas,
carteles sobre las paredes y en las calles,
(y qué importa si con estas mismas letras
vi la visión del superhombre de Nietzsche).
Ahora se abrió en mí el corte del alma judía,
y yo continúo la santidad del hogar paterno judío
que es, en la hora de la matanza,
la única casa judía en el mundo.

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