Corra,
corra este cuerpo y sea elevado y precioso
como el
alma al que se canta majestad,
porque
hay trigo en él.
Y sea
proclamada la divinidad concreta, corporal:
que come,
que bebe, que duerme, que habla
y que
da a luz divinidades como ella, a su semejanza.
Divinidad
de los cuerpos que rigen sobre esta tierra
sobre
estas grandes ciudades, sobre las aldeas benditas,
sobre
los bienes de hierro, sobre la electricidad, sobre
lo verde
y sobre
los barcos en los mares del mundo.
Son
éstas las partes del cuerpo humano que sufren el
dolor
de la visión sobre nuestra redonda isla.
Son los
que trajeron la idea gótica al mundo y la
realizan.
Son los
que concibieron el maravilloso concepto,
el más
maravilloso del universo y lo expresaron así:
Dios.
Se
derrama el alma en cada gota de sangre y es feliz
en su
fortaleza,
mientras
en el cuerpo se mantiene el pulso y el oído
oye y
el ojo ve
y la boca
come, y bebe, y habla y besa;
pero qué
es el alma, cuál es su fuerza, si una pequeña
flecha
perfora
el cerebro del grande Newton y al morir es
menos
que una rama.
¿Nweton
menos que una rama? Porque de él ya no
puede
hacerse
ni siquiera
el umbral de la casa de un ser viviente
y si no
se lo entierra, no se acercará un hijo o alguien
que lo
quiere
a besarlo,
y no comerá su pan a la vista de su
podredumbre
húmeda...
Nosotros,
los que físicamente vivimos, portamos esta
espera
y nosotros
hacemos rodar la espera -misión con
fortaleza--
desde
la profundidad de nuestras vidas y hasta la
cumbre
del milagro,
hacia
las alturas del Mesías aspiran todos los dolores
de la
generación.
Hacia
las alturas de nuestra visión, que arde cual fuego
en las
venas llenas de rojo hermoso,
a redimir
la Redención en el mundo, que es como
gotas
de sangre,
como oro
fundido en el Reino que vendrá por orden
externa.
De nuestro
interior, de nuestro cuerpo surgirán hoy
el primer
día de belleza del universo y también el
último,
y si nosotros
no estaremos - cómo llorará Dios por
el vacío
y quién
leerá la escritura de las estrellas en las cálidas
noches
y sobre
qué preciosas espaldas los árboles darán su
sombra.
¿Qué
más precioso habrá en la tierra que la sangre
y la carne?
*
* *
De
mujer a mujer, la ruta del entusiasmo por la única
pérdida,
la profunda.
Del oscuro
túnel subimos hacia el sol y nuestro anhelo
era el
túnel.
Del olor
de la madre, al recostarnos sobre sus senos
olor de
mujer aspiramos, y esta embriaguez nos
acompaña....
Aún
veremos completa, en la mitad de los tiempos,
las líneas
rotas
y vendrá
en los acontecimientos como cuchillo filoso:
la mujer
frente a la virilidad...
A
la tarde la adolescencia en medio del mundo,
hay alrededor
también un juego de bebés y de jóvenes
que crecen
y que cantan: están llamados a subir hasta
el sol.
Rueda
la pena que no se expresa nunca en palabras
y seremos
el perro que recorre las distancias hasta
la ciudad
donde
nació el niño.
Y la casa
no está, porque la casa judía fue quemada
por las
legiones,
y el perro
hurga entre la basura o hurga en el pasto
y ladra
en el lugar en que estaba la cuna del niño,
en el
lugar donde estaba la cama,
en el
lugar desde donde la parturienta dio el grito que
perforó
el techo.
¿Dónde
está el niño radiante? ¿Dónde está la
radiante
madre?
En
horas de la tarde la adolescencia en medio del
mundo
(alrededor
hay juegos de niños) se tiende el león en
su pesada
sangre
frente
a la profunda pérdida y perfora el fuego,
contenido
en la sangre,
la piel
y sale a iluminar;
que salga
el cachorro de león en su imagen y semejanza,
y lleve
parte de su sangre aquí...
y alguna
vez, a la tarde, se recostará también él aquí,
en su
sangre pesada sobre el mundo;
el hombre
frente a la mujer.
*
* *
Eso
también puede verse en las palmas de nuestras
manos
en la
visión de nuestros desgraciados dedos.
Infortunados
los varones y las mujeres infortunadas.
Acecha
la muerte, aún cuando está lejos.
Está
amasada en el pan y mezclada en el agua.
No en
el espanto de la noche tocaron la alarma los
marinos
sobre
los mares, llamando salir de los camarotes a la
cubierta
del barco
y estar
expuestos a los cuatro vientos en setenta idiomas
y gritando:
¡salvad! ¡salvad!
Nosotros
sobre la tierra, como sobre un profundo
abismo
y el destino,
que se nos adelanta, marca, sobre el
calendario
blanco,
las notas
del himno de la perdición.
...No
seremos presa de los peces en el mar;
al abismo,
en el cual los ojos no ven fondo, bajaremos;
más
profundo que el mar es, porque está en nuestra
alma.
Día
y noche bajaremos, bajaremos
para que
toda gota
de las
fuentes de nuestra raza
por entre
los dedos, como la arena se vierte el oro
y la preciosa
mezcla cae como líquido;
estos
son los días...
Y
alrededor, tan elegante y grato es el mundo
desde
la choza en el campo hasta el palacio en la ciudad,
que nosotros,
los perdidos, construimos con nuestro
esfuerzo,
y el individuo
se asombra porque no estará cara a cara
frente
al otro,
el perdido,
igual que él, mano a mano dirá.
¡Somos
hermanos en el única perdición!
Dios,
te abandonamos,
también
El nos abandonó.
Pero él,
sin nosotros, se dirigió al animal y lo ungió
raza maravillosa
y nosotros
a los reptiles parecimos, al no haber Dios
en el
cielo para nosotros.
Y en la
tierra hay escondite para el muerto y para el
silencioso,
pero no
hay refugio para los perseguidos por el destino
desde
un extremo del universo hasta el otro extremo.
Con la
respiración ardiente y el alma amenazada
en setenta
reinos en setenta idiomas:
¡Salvación
a los perdidos sobre terreno seguro!
*
* *
¿A
quién los rebeldes del mundo elevarán, desde las
profundidades,
sus palabras
de rebelión,
y a quién
confiarán los temores de su destino
tus vagabundos
en el universo,
mi rey
y mi Dios?
No les
surgen palabras cual lágrimas;
la decepción
está en su interior
y ya no
hay fe ni hay visión...
Como
la sangre hirviente de Zacarías es nuestra sangre.
¡Oh mi
rey y mi Dios!
Pero son
pocos los que te llaman para que los redimas
del presente
y no vendrá
la tranquilidad hasta que todos, todos,
todos
se levanten
a pedirte: piedad, ¡padre!
(como
los que llegan a las aguas profundas te pedirán).
A quién
sino a ti, padre, suplicaremos
durante
setenta años de vida dudosa,
sobre
las espaldas las grandes urbes, locomotoras y
puentes
sobre
los cráneos, y libros con la visión del engaño...
Día
a día te sentiré, mi Dios,
con gran
poderío y huérfana piedad
y las
puertas del cielo abiertas, abiertas,
hasta
que la sangre que sube nos cantará,
hasta
que los que llegan al abismo te llamarán.
*
* *
Porque
madres nos arrojaron en el medio de los tiempos
sin una
sola patria judía en el mundo;
fundimos
el oro de nuestras grandes nostalgias en la
perdición,
en toda
urbe, en toda ciudad, en todo rincón disperso
en el
mundo.
No se
levantó en este mundo una pirámide de oro
por las
nostalgias judías y las profecías de sus almas.
Nuestras
ideas góticas no levantaron una casa al Señor
de todo
viviente.
En los
ojos desparramados de una de las legiones de
Bar -
Cojba
vimos
el destino de Israel en su resplandor derramado.
Esta llama
interna, que está en las bellas almas
no salió
afuera a incendiar los árboles
o a iluminar
la alegría oculta sobre tierra que alimenta.
Ella nos
gangrenó desde la espalda y avanzó de riñón
en riñón.
Ella produjo
el incendio en la casa: no se vio humo;
excepto
esto seríamos como los europeos.
No incendiamos
en el fuego de los deseos las bases del
universo,
tampoco
el crepúsculo con las sombras de un judaísmo
doliente
a los
ojos de los gentiles.
Tampoco
nuestra ira surgió ni convocó millones de
durmientes
en sus
camas durante las noches.
Ni una
vez obedeció el sol a nuestras órdenes;
no cayó
el sol como metal hacia abajo.
Ni una
sola noche las estrellas apagaron sus luces
señalando
nuestra profunda pena.
Nunca
bajaron las nubes a beber del pozo de nuestra
aflicción
ni subieron
a derramar en su lluvia nuestras lágrimas
sobre
la tierra.
Tampoco
al Señor clamamos en nuestras sinagogas:
Dios,
haz pasar las corrientes de los siete mares sobre
nosotros
o apaga
las coronas de fuego que están sobre los
elevados
cuerpos
en medio
del universo,
e iremos
y haremos la voluntad oculta del mundo.
¿Qué
ventaja habrá si aspiramos?
¿Qué
ventaja habrá si surgimos?
Aún
los que no conocen la sabiduría de la apariencia
reconocen
en el perfil de nuestros rostros, porque
estamos
perturbados
porque
basta una sola palabra para expresar el miedo:
la palabra
judíos.
¡Ah, no
en vano nuestras piernas parecen las dos
maderas
en las
que se enrollan los rollos de la ley
en su
terrífica elevación entre tierra y cielo!
Para nuestra
vergüenza no se extienden a nuestros
pies campos
arados,
ni hileras
de árboles, ni fuentes para beber,
para nuestra
vergüenza estaban nuestras casas secas
bajo grandes
resplandores
y a pocos
pasos de sus umbrales desaparecía el verde
de la
primavera
(es un
milagro que en los techos de nuestras casas
había
nidos de pájaros).
Nuestros
padres eran como alquimistas siete veces
infortunados,
al ir
a sacar del cráter de los mares el pan,
para saciar
a sus niños que crecían en el secano,
y no sabían
que hay que labrar la tierra para tener pan.
Tan profundos
estamos en el tiempo de nuestra
existencia
que no
podíamos siguiera llorar nuestras penas como
los chacales.
Nosotros
lloramos muy profundamente y nuestros
cuerpos
no lo saben.
El llanto
es como dinamita en el seno de la montaña;
y el monte
no sabe lo que en su interior esconde
hasta
que estalla potente y sabremos también nosotros:
¡que nosotros
somos el volcán!
*
* *
Y
si allí renegué de mi hermano judío con patillas
básicamente
iracundo y furioso contra nosotros, los
herejes,
extraños
a la vergüenza del judaísmo en su dolor
profundo
los que
se asemejan a los gentiles con sus perfumados
mechones,
los que
fuman cigarrillos en la noche del sábado
para arruinar
los pulmones de nuestro Dios hebreo.
Ellos
están aquí, a la distancia, en los días de
la
purificación
hebrea
sobre
la tierra de la raza y de la divinidad de Jerusalem;
vive Dios,
que yo no renegaré de mi hermano, el judío
con patillas
y como
yo amo las rocas y las lluvias de mi país:
rocas
de oro silenciosas de nuestro reino muerto,
y llamaré
a la arena de aquí "mi oro, oro mío":
mi oro,
oro mío, en el viento del desierto judío.
Y así
como preferiré todas las ruinas de Sion,
encontraré
mi felicidad en mi vacilación en el desierto.
Sin duda
amaré las partes de oro vivientes.
Hermano
judío con patillas en su manto de oración
con sus
grandes sombreros de sábados que son
recuerdos
de coronas
y sus
ropas de seda que en su brillo rememoran
las espadas
de plata antiguas.
Y así
los veré de lejos, cuando caminan en Europa
maravillosos
embajadores del reino de Oriente.
En la
Europa cristiana reciben la majestad del fuego
a los
ojos de los grandes y de los pequeños
que marchan
tras ellos con la ingenuidad de los
corderos
y sus
bocas finas parecen cortadas por cuchillo...
y si alguna
vez me burlé de su canto, ay,
porque
conocía la novena sinfonía en el mundo
y fue
liviana su elegía en el peso de la sangre y las
lágrimas
ante la
marcha fúnebre gentil de Chopin
hoy yo
percibo la profundidad de su canto:
canto
a todo hombre desde una generación hasta la
generación
doliente,
canto
que parte los corazones y sube hasta la punta
de los
dedos
y su magnitud
surge en mi carne al cantarlo...
Ahora
odio como ellos la escritura latina, la escritura
cirílica
con sus
letras se escribieron las terribles ordenanzas,
carteles
sobre las paredes y en las calles,
(y qué
importa si con estas mismas letras
vi la
visión del superhombre de Nietzsche).
Ahora
se abrió en mí el corte del alma judía,
y yo continúo
la santidad del hogar paterno judío
que es,
en la hora de la matanza,
la única
casa judía en el mundo.
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