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DESPERTAR

 

1

Espejo maravilloso de generaciones, en el que nos
vimos nosotros:
quemados como la tierra de Israel, pero duros como
ella misma.
Ojalá que ya se diga "bastante" al dolorido Ahasvero,
que camina atolondrado en el medio de los tiempos.

Esperamos la ruptura de los objetos... ya están rotos
y al profeta Elías no encontramos en el camino...

Es tiempo de reunir el rebaño a la luz del puente
maravilloso.
La señal de una época única se marca sobre la tierra
de Israel,
somos tan pobres nosotros como la manga de un
manco.
No tenemos setenta reinos para abrazar con nuestras
manos golpeadas
sino para rodear, con todo nuestro hambre el brillo
de nuestro país hebreo
con su escaso territorio,
que es como el último pedazo de pan de una familia
hambrienta.

El fuego que nos consume, desde la sangre hasta los
huesos,
vierte en nosotros como de un crisol el hierro fundido,
y de ello saldrá la unión de los judíos salvajes
al final del segundo milenio de los hijos de la vacilación.

Somos tan pocos nosotros y el rebaño no fue reunido,
en las aguas del mar de Iafo y en las aguas del mar
de Haifa
sólo dos o tres barcos.
En las aguas de Cesárea, de Aco, de Sidón y de Tiro
el viento del Señor flota de día y de noche
y hay tristeza en los ojos grandes e inquietos.
Esta es la orfandad
y este es el dolor hasta los cartílagos profundos.
Y en las anémonas que suben sobre las rocas, donde
estaba la ciudad de Betar
se puede ver la sangre de los conquistadores de Canaán
y esto enloquece.

¡Y los que pican la roca están tan sedientos de agua!
¡Y los que cavan en los pantanos esperan encontrar
destellos del Reino de Israel
y los que aran en el desierto con el peso de su sangre
la derraman en un lugar carente de agua!

Canto a David en los pantanos.

 

2

Elévate, canto de la rebelión, elévate por la tierra de
Israel,
como perfora el cañón en la montaña frente a una
fortaleza de muertos.
El Dios de Israel no está en el fino silencio;
nuestro Dios está en la sangre bulliente, en el fuego
él se eleva,
en la conmoción de las bases del hombre, en la
conmoción de la tierra
aprendimos a odiar el silencio, porque nos consume,
porque nos ordenó callar cuando se expandía la
repugnancia,
hasta que fue el silencio la roca de temor en la vida
de los marranos,
hasta que encendió la vergüenza sus grandes estrellas.

Nosotros somos la metamorfosis de los rebeldes del
segundo templo;
secta de despertadores hebreos en el siglo veinte.
Salimos al desierto a despertar al rey pobre,
a elevar lo que está hundido y a atronar lo que está
paralizado
en la tierra de nuestro país, en el que vemos
como por una lupa

el reino que está oculto con el escudo de David y su

espada clavada en su pecho
y el nudo de venas del judaísmo, salvaje y universal.

En nuestros rostros hay señales de la tempestad y
de la ira judaicas.
En nuestros ojos está el esplendor del rojo incendio
de ayer.
En el crisol de fundición pasaron nuestros cuerpos
como columnas.
La visión del Mesías en el corazón es como el metal
en el fuego.
¿Y quién será el blando de corazón que nos enseñe la
doctrina del silencio?
¿Y quién será el hombre que pese en su balanza de
mercader todo el peso de nuestra lava?
Como irrumpe el rayo en el árbol así irrumpirá en
la conciencia
la aurora de nuestro día naciente con el rugido de
leones.
Desde el río de Egipto hasta Siria juramos romper el
santo silencio
del desierto histórico.
Prometemos hacer pasar locomotoras que silben hasta
el valle de Jericó
y despertar a Cesárea de su sueño romántico,
hacer cantar a Aschkelón, ciudad de la muerte Filistea,
convertir los campos de Dios en campos de los hombres,
que levanten plegarias por las lluvias a tiempo.

Elévate, canto de la Rebelión, elévate canto de los que
odian el paisaje del desierto;
de los que odian el maravilloso silencio de las arenas
de oro;
de los enemigos del celeste poético que no tiene nubes;
de los que odian simpáticos horizontes lejanos;
de los que prefieren a los finos violines, las trompetas
que anuncian la Rebelión en las puertas de la ciudad.

 

3

Yo quiero que de mí surja la voz, que surja de la
profundidad de mi sangre,
que llame a la antigua tierra: madre, madre nuestra;
sin ti, madre tierra, estamos como las estrellas
suspendidos.
Como las estrellas nos elevamos y cuando ellas caen,
caemos.

De toda la complicación y de todo el enredo,
de la ruptura de todas las líneas
surge filosa, como el borde de un cuchillo, una línea
recta:
la tierra hebrea.
Su umbral es el Nilo y el Líbano su extremo,
veo mi Mar Mediterráneo, a la luz de su aurora y en
el esplendor de su ocaso,
camino sobre su playa a toda hora,
y yo pienso: si la tierra firme se continuara hasta
donde hay aguas profundas
y se extendieran las fronteras hebreas;
cuántas ciudades más habría para las industrias,
cuántos campos más para producir pan.
Y si no hay remedio y hay mar, para qué mirar la
belleza de la aurora
para qué regocijarse con el esplendor del ocaso.
Es tiempo de mirar día a día, desde el puerto de Iafo
el mar,
contar cuántos son los mástiles de los barcos que llegan
y cuántos judíos vienen desde la Diáspora.
(Europa enferma nos escupe judíos humillados).
Desde las cumbres desoladas y desde las quemadas
planicies
llegan a mis huesos aflicciones y en noches de tinieblas
cuánto me duele mi cuerpo. Es el dolor de la costilla,
que me fue seccionada con la margen de mi Jordán.
Recuerdo el paisaje entre Jericó y el Mar Muerto
y sufro al pasar frente a mis ojos los territorios de
mi país.
Las orillas del Mar Muerto, el capítulo de las invectivas,
y el Monte Eibal
y Jerusalem con su cráneo destrozado.
¿Y qué es mi vida sin el rollo de la Ley en el centro
del mundo?

Estos rollos sobre los cuales tantas veces me incliné
a leer,
sigo viendo al escriba con su pluma en la mano.
Es tiempo de despertar la sangre como en día de
batalla,
es tiempo que tiemblen los corazones como la tierra
en terremoto,
es tiempo de evaluar toda gota de sangre, de rocío y
de sudor
frente al peso de todas las rocas y de todas las arenas
ardientes
y ante el rigor de nuestra sed.
Es tiempo de orar a Dios:
Yo quiero que de mi interior surja la plegaria de
nuestros millones
dispersos entre los gentiles.
Extiende nubes sobre mí, que esta celeste poesía me
cubra
y que haya lluvia en nuestro país
como la hay en otros países del mundo.
El día que en volvamos a nuestra tierra
estaremos más próximos al cielo.

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