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NUNCA EVOQUE A LOS MUERTOS

 

Nunca evoqué a los muertos sagrados,
ni en noches de dolor bajé, como lo hizo mi rey Saúl
a la pitonisa de Ein Dor.
Pero ahora yo sé que en mi sabiduría estuve errado,
no supe que hay espanto,
que hay una hora final desligada de todo principio,
y que en esta hora terminan las posibilidades de
salvación del hombre.
Aunque fuera rey en su ejército y sus defensores de
hierro,
aunque tuviera una armada con muchos cañones,
y los sabios del mundo fueran sus marinos,
y no hay tormenta en el mar, el timón es perfecto y
el mástil adecuado,
pero sí un solo pie debajo del agua, hay un submarino
llamado muerte
sólo un pie debajo...
Entonces no hay protector que defienda el corazón,
para que no se rompa cuando llega la hecatombe.
Sentencia de Dios...

Y así dentro del hundimiento está el alma de un
hombre de Israel.
Removedme mis recuerdos, de seguro que me
encontrarás un ejemplo.

Entonces, al caminar Jeremías sobre las tumbas de
los padres...
Esta lacrimeante elegía de cuando era muchacho en
mi casa paterna
y mi padre y yo llorábamos...
Fue olvidada al pasar de los días; no supe en la hora
final
que hay un terror divino en la patria, que un tumulto
me lleva
a las tumbas de mis reyes de Jerusalem;
para estar de pie, abatido, con el brazo quebrado
y decir palabras dentro del hundimiento,
y pedir salvación milagrosa de los muertos del reino,
que están aquí en sus nichos.
Yo soy uno de las legiones que surgieron en Judea
y que fueron contratadas para defendernos
en el año mil novecientos veintiocho de nuestra
Diáspora...
Si la vida se ha complicado tanto, hay muertos que
saben el milagro
pues son polvo en los pozos, su espíritu no alcanza
la grandeza.
En el Ecuador misterioso no hay cortes ni hay engaño
hay escalas para todas las alturas... Ąpor lo tanto
escuchadme, muertos!

Somos pocos de Israel, una sola tribu para la
conquista,
íbamos a perforar la montaña que nos separa del reino
trepamos para subir nuestras banderas sobre el monte
Eibal
y porque estaba el maravilloso oro en nuestros ojos y
en nuestros brazos,
ya no rezamos por el milagro ni por la salvación
milagrosa.

Como capítulos de los salmos al hijo de Isaí eran
las plegarias
de las legiones que no fueron escritas en el libro:
ellas están en Israel...
Soñamos que el pueblo llega desde el mar
de la morada de los leones... y no vino.
Vive debajo del hundimiento en setenta reinos gentiles,
cubre su rostro con manto de oración para no ver subir
sus cruces...
Da impuestos y da sangre para envejecer entre enemigos
y en las calles de Sion mora el cananeo, con sus muchas
mujeres, niños y camellos.
Saca pan de mi tierra, exprime miel de mis árboles,
saca peces del mar y perfora mis noches con su flauta...
y de lo poco nuestro, el engaño traga el resto de lo
sagrado
y la visión final en nuestros ojos es como el ocaso del
sol del reino.
Tuvimos falsos pastores en nuestros rebaños
que truncaron la línea de solución a nuestros sueños.
Según ellos, absorbieron las legiones de los pantanos de
Canaán en sus cuerpos
según ellos, sufrieron malaria y dolores, por lo tanto
tienen los ojos ensangrentados
y al reducirse la sangre en sus venas, también se
redujo su pasión.

żAcaso hay signos en el cielo? Escucharé vuestro
murmullo, mi rey
desde la gruta más profunda.

No, Dios no dio signos en el cielo al venir la hecatombe.
No se detuvo el sol en Guivón ni la luna en el valle de
Ayalón.
Los cielos de Jerusalem están azules como en día de
bodas,
pero las legiones humilladas ven el abismo a la luz
del día;
sienten la señal de la Tercera Destrucción
y ven el rostro del incendiario,
lo ven venir con su antorcha, en la noche, entre las
chozas.
Yo soy el que lo ve y sabe que no hay salvación
y que no hay salida salvadora en la patria.
Sólo un prodigio, sólo un milagro.

Es el espanto divino de las legiones en la patria
acaso es la hora cortada de toda continuidad.
No está más el oro maravilloso en los ojos, ni en los
brazos, ni en los objetos.

Asustado, hasta en lo más profundo de mis huesos
estoy aquí, como mi rey Saúl en Ein Dor.
En nuestra ayuda llamo a vuestras almas,
mis reyes del pasado.
Yo rezo pidiendo el milagro.

 

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