Sobre
nuestras márgenes, oro sin precio:
se eleva la canción del poder divino cual alfombra
sonora...
Las aguas son azules y en ellas la claridad de la luz
de la visión del poeta cuya piel arde,
la tristeza de nuestra raza arde más aún que la zarza
en el desierto,
arde desde los días de Tito en el fuego que quemó
hasta los cimientos
del gran Reino de Israel, desde el mar hasta el Eufrates.
¿Acaso hay una boca en el cielo que le diga a este
cuerpo
te doy rescate y salvación?
¿Se encuentra en el globo terrestre la mujer que lleva
en sus entrañas el embrión del salvador?
¿O acaso está en alguna casa de exiliados el Mesías
aún criatura,
que crece junto al seno de una madre desconocida,
y que algún día vendrá y extenderá en
el cielo la carta
de liberación,
escrita con fuego sobre la esfera celeste,
y se iluminarán los montes desde adentro y
relampaguearán desde sus escondites?
¡No hay boca en este cielo que nos diga salvación!
Silencio... Se puede escuchar en la clave del tiempo,
hay para nosotros muchos ríos y nosotros los
lloraremos.
Ni en sueños conoceremos la imagen de la madre del
Mesías;
pero el hierro del arado sobre nuestras espaldas
sentiremos como campo abierto
y la tristeza de nuestra raza arde aún más que la
zarza
del desierto.
Mártires innumerables van formando capas que elevan
la torre de cadáveres hebreos.
¡Y a estos cielos ninguna cabeza perforó!
Cabeza, y el hacha cristiana o el puñal islámico clavado
en él,
aún marchan sobre el globo terrestre. Judíos, judíos;
ancianos de rostros luminosos cuya mano jamás
derramó sangre humana
y niños hermosos, con la bondad de las palomas en
sus cuerpos
y muchachos como de acero, de anchas espaldas y de
cuerpos duros,
buenos para el ejército, para la marina y para la
industria en la patria,
para conquistar kilómetros con su fuerza
y elevar colores de regocijo en campos lejanos;
y de ellos seguramente habrá capas en la torre de
cadáveres
que levanta mi raza hebrea en el mundo
y un mar de sangre alrededor,
naturalmente - por orden del destino.
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