Tampoco
en Israel bastó que se compraran tierras, se araran campos,
se plantaran árboles y se construyeran casas. Fue necesario
derramar la sangre heroica de los rebeldes que lucharon contra el
Imperio Británico y de los soldados que combatieron en las
guerras de liberación y defensa del Estado de Israel para
conquistar y mantener su soberanía e independencia.
Y
el verso final dice:
Y la sangre decidirá
quién será aquí el único
gobernante.
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Efectivamente
la sangre, derramada en los campos de batalla, decidió quién
gobernará en la Tierra Santa.
El
resultado de las batallas decidió en 1949 que en la costa,
en la Galilea, en el Neguev y en Jerusalem Occidental el único
gobernante sea israelí. Allí donde llegó victorioso
el soldado judío se estableció la soberanía
de Israel. Aún lugares donde no había población
judía como Ashkelón y Eilat en el sur, o Nazaret y
Beit Sheán en el norte, se incorporaron al Estado de Israel
y otros con población judía urbana y rural como la
Ciudad Vieja de Jerusalem y Gush Etzión quedaron fuera de
las fronteras del Estado porque no hubo fuerza suficiente para retenerlas.
Esta
fuerza la tuvimos en 1967 cuando fuimos atacados por el ejército
jordano e incorporamos al Estado todo el territorio faltante hasta
el río Jordán.
Para
terminar me referiré al último poema, "En el fin de
los caminos Rabí Levi Itzjak de Berdíchev exige una
respuesta en alta voz" que no es profético, sino una elegía,
una visión del poeta cuando se cumplió la profecía
de la Destrucción de las Comunidades en el Reino de la Cruz.
Presenta
el poeta a Rabí Levi Itzjak -el legendario amante y defensor
del pueblo de Israel ante el Señor- viendo lo que pasó
en el Holocausto.
Ahora,
Rabí Levi Itzjak de Berdíchev dice:
Creador del Universo,
estoy parado en un mundo
todo gentil
debajo del cual están
los judíos putrefactos,
mis cálidos judíos
del buen verano,
y yo tengo frío
bajo el sol,
cual cuerpo desnudo en
campo nevado
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El
rabino ve lo que ha sucedido, el aniquilamiento de su pueblo, y
siente frío, el frío de la muerte, el frío
de los cadáveres, y dice al Señor -para un judío
religioso el responsable por todo suceso- lo siguiente:
¡No! ¡No! Creador del
Universo,
no acepto que continúe
así
la marcha del tiempo,
de espanto y de sangre,
en mi pueblo.
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