Uri
Tzvi Grinberg previó con casi matemática precisión
la magnitud de la destrucción de las comunidades judías
de Europa. La población judía no fue diezmada, porque
diezmar significa aniquilar uno de cada diez individuos. Aquí
se trató del aniquilamiento de nueve de cada diez judíos
que vivieron en Europa, y esto es lo que prevén estas estrofas.
Pero
los verdaderos profetas no sólo anuncian el castigo y la
destrucción; también profetizan la redención
futura.
Uri
Tzvi Grinberg dice en este poema:
Colocadme sobre un caballo
y ordenad que corra y
me lleve al desierto.
Devolvedme mis arenas y yo les dejo las avenidas.
Quiero volver a las arenas del desierto.
Hay un pueblo con jóvenes de bronce, con cuerpos
Desnudos al sol.
Allí no hay campanas que cuelgan sobre las cabezas,
encima de las cabezas sólo están las estrellas.
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El poeta termina expresando la voluntad de tomar el camino hacia
el desierto, hacia la Tierra de Israel. Allí en la fortaleza
de los jóvenes de bronce -como llama a los jóvenes
de Israel- está encerrado el secreto de la supervivencia
judía. Esto también es un tema de la poesía
de Uri Tzvi Grinberg, como lo explicaremos más adelante.
Me
referiré ahora a la poesía "Una es la verdad, no
hay dos" publicada por el poeta en ambos idiomas: hebreo e idisch.
Comienza diciendo:
Vuestros maestros os enseñaron:
una patria se compra con
dinero.
Se compra la tierra y
se toma la pala.
Y yo os digo: no se compra
una patria con dinero
y con la pala también
se cava una fosa en la tierra
y se entierra en ella
al muerto.
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Aquí
aparecen enfrentados dos mandamientos: el de "vuestros maestros"
que son los dirigentes oficiales del Movimiento Sionista y el revolucionario
que proclama el poeta.
Y
sigue el poema diciendo:
Yo os digo: una patria
se conquista con sangre,
por la sangre heroica
se la hace propia,
y sólo lo conquistado
con sangre
se santifica en el pueblo
con la santidad de la sangre.
Y sólo el que sigue
al cañón en el campo
también merecerá
seguir su buen arado
en la tierra conquistada.
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Quién mejor que los judíos argentinos -de habla española-
saben que una patria no se compra con dinero. No bastó el
dinero invertido por el Barón Mauricio de Hirsh en la compra
de 300.000 hectáreas de campos argentinos para que aquella
tierra se convierta en la patria de los judíos y sea el hogar
de las miles de familias que allí se establecieron. Ya la
segunda generación, en su gran mayoría, abandonó
las colonias y fue trasladándose a pueblos y ciudades donde
ellos y más aún sus hijos, entraron a las universidades
graduándose muchos de médicos, abogados e ingenieros.
Muchos integrantes de la tercera generación en adelante emigraron,
especialmente a Israel.
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