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DISCURSO AL PUEBLO

 

Detrás de mí está el mar y del otro lado del mar
está mi patria en llamas.
Un escudo de David de fuego arde sobre el mar
hasta aquí, encima mío.
Es el mismo escudo que ascendió como manantial
de mi fortaleza - santuario quemado,
cuando mi Señor y comandante Bar Guiora fue
capturado,
y este escudo aquí, aún arde encima mío,
y a la luz de su fuego estoy yo, sobre la tribuna judía,
y pronuncio las palabras de los revolucionarios de
Jerusalem:
¡La tierra de Israel arde en el fuego!

Amén, yo digo. ¡La Jerusalem terrestre arde
y yo soy su emisario desde el fuego!
¡Ciegos son los dirigentes y escritores que dicen lo
contrario!
Engaño hay en el discurso y en el escrito, que dicen
que con cada árbol que se agrega allí se conquista Sion.
Que Sion con dinero y con pala,
con la tranquilidad de los débiles y con la astucia de
los incrédulos,
se liberará.
Es engaño, totalmente repugnante, la adulación al árabe
y la descripción del enemigo como cordero.
Yo veo al incendiario crecer. Yo veo el fuego que
consumirá el árbol y la casa.
Yo veo sangre y ceniza, ruinas de haciendas:
yo veo camillas con muertos en las calles,
antes de que aclare el día del pillaje.
En toda colonia judía debe haber un herrero que forje
en las noches
espadas y lanzas y otras armas,
y los jóvenes de la ciudad y de los campos, deben
entrenar sus manos
sus caracteres y sus pulsos para la batalla.
No se conquista un país sin la fuerza de sus jóvenes
sin doctrina militar y sin planes de comando.
¡Ciegos y traidores son el dirigente y el escritor que
dicen lo contrario!

Diáspora, no me veáis sediento de dulzura
yo no soy el emisario del sionismo socialista,
el sionismo de la dulzura.
A sus espaldas está un hogar tranquilo
y la mujer y los niños allí son como terneros
sin Dios, sin rey y sin anhelos de reinado.
No hay detrás de mí tal hogar,
a mis espaldas está toda la tristeza de mi país ardiente
Oriente y Occidente de Jordán, seccionados,
¡y a mí se me derrama la sangre por este corte!
Se derrama mi sangre por todas las heridas de mil
novecientos veintinueve.
Yo llevo en mí los cadáveres putrefactos de los
asesinados,
que todos tus dirigentes olvidaron, como animal que
todo olvida.
Yo tengo quemaduras en mi carne por la vergüenza
del nombre Palestina
y la vergüenza del espectáculo de la rendición de la
tribu hebrea
en la pequeña Palestina.

¡Pueblo eres poderoso! En la prisión creces a millones.
Tienes muchos hijos de anchas espaldas y amplitud
de alma...
hijos con brazos de hierro y piernas de acero
aptos para trabajar en los campos,
capaces de construir y refaccionar edificios,
construir puentes, trabajar en la industria, en los
puertos,
en las carreteras.
Buenos para marchar armados hacia la batalla contra
el enemigo
y llenarlo de temor como lo hicieron tus padres
antiguos.
Buenos para conducir locomotoras, barcos y aviones
y para cantar en hebreo canciones marinas
en todos los mares del mundo, donde pongan anclas
tus barcos con su carga,
con los matices del alba en sus rostros
y la visión de los mares en sus ojos.
Pueblo, tienes abundantes hijas, sanas y bellas,
buenas para el trabajo en las ciudades y en los campos,
como árboles, bendecidas para dar a luz una generación
sana y bella
y entre ellos - profetas, filósofos, héroes y
gobernantes.
¿Qué harán aquí y hoy tus hijos e hijas con toda esa
fuerza?
¿con ese exceso de energía rebelde?
¿qué harán con la inquietud combativa en su sangre?
Ordénales conquistar territorios, llegar con banderas
a la cumbre,
ordénales ir hacia el fuego y atacar las murallas de
Tito, sus Bastillas.
¡Ellos irán como rebeldes y los oirás cantar:
libertad, conquista, redención, extensión, reinado!
Ordénales extender un puente sobre el abismo
y harán con sus cuerpos un puente.
Ordénales destruir un puente y se destruirán a sí
mismos con el puente.
¡Pueblo, por eso andan tus hijas e hijos irritados;
van centenas, millares indignados, amargados
y profanan el nombre del Reino de David y bendicen
el reino de Stalin!
Son capturados como tigres y muchos de ellos dejan
sus almas
en las prisiones, en los mejores años de sus vidas,
y son llevados al profundo sueño en tierras extrañas
antes de que salga el sol.
¿Acaso son ellos culpables de traición? Ellos son
inocentes,
ellos necesitan comandantes que sean rebeldes en su
temperamento
que tengan indignación en su sangre.
Ellos necesitan profetas que sean las columnas de
fuego de su generación.
Pero tienes conductores, pueblo, que una liviana pluma
pesa más en la balanza que el peso de su conciencia,
que el peso de su inteligencia y el peso de su espíritu
y de su alma,
que ni aún una paja seca se encenderá por su llama.
Y ellos hablan con el gobernante extranjero de
Jerusalem
no como deben hacerlo los herederos del Rey David
¡Y éstos son tus profetas, pueblo!
Te dan consuelo que no consuela,
es como dar al sediento agua en una criba.
De sus ojos no sale el fulgor que encienda el corazón
y la palabra que sale de su boca no será nunca una bala.
Pueblo, pone la nariz y hazles oler:
el olor del Mesías, el olor del fuego en el bosque.
¿No es el olor de las monedas en las alcancías de
beneficiencia
o es el olor de la paja putrefacta en el techo?
Reconoce pueblo, ¡échalos de tus umbrales!
que vayan a alimentarse a sí mismos en su propia
pastura.
Que uno sea intermediario, que entre y salga lo del
Señor Feudal
otro - buhonero y sus manos en el barril de arenque
y otro - dependiente en una casa de valores
y otro será médico y pondrá ventosas a sus enfermos.
Al Mesías lo traerá el profeta
y te conducirá, pueblo, el profeta.
El profeta está siempre en tu seno:
llámalo y aparecerá
.

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