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FLAVIO DICE Y LOS REVELDES DICEN

 

Aquí están, sangre iracunda en nostálgica carne
tras el reino de la casa de David,
mantenida en opresión entre el Jordán y el Mar.

Patriotas en una tierra, rebeldes en otra,
pocos en santidad, pero múltiples en la voluntad.
¡No hay tanta lava en los volcanes como en ellos!

Les queman los ojos las banderas opresoras
y las águilas de hierro con las letras latinas:
oficinas de la ocupación.

Les queman los ojos el paso de los ocupantes,
sienten su marcha con botas brillantes
como si caminaran sobre sus propias espaldas.

Sienten al ver a los ocupantes sentados,
tomando, tranquilos, el vino de la tierra
como si su propia sangre estuviera en el vino.

Les queman los ojos los montes y valles
que están sin árboles, sin espigas y sin casas.

Les queman los ojos el llanto de los chacales,
el canto beduino les es afilado puñal.

Y Flavio está, vive siempre con Tito:
Flavio, el sometido señor de la campiña,
de la fortaleza de Iodafat
que nos predica la paz de los esclavos
más silenciosa que el pasto...

Abandonar para siempre la corona de Davi
en la cabeza de Tito:
una vida humillante en la propia tierra
como sobre una isla romana.

Atar las nostalgias, encadenar los instintos
de libres rebeldes. Atarlos como a perros.

Y pararnos frente al propio Muro Occidental
profanados, como ante el Foro romano.

Que la cosecha del campo y la fruta de la huerta
y todo lo que construya el pueblo en las ciudades
se conviertan en impuestos para el opresor-enemigo.
En mérito a esto viviréis de la gracia de Tito
y tal vez alcanzaréis hasta los setenta años
con vuestros niños y vuestros rebaños sobre la tierra.

Pero si en alguno de vosotros despertara la sangre
rebelde
como la ira del mar,
y la ira ardiera en la sangre como en nafta
con las propias manos, con manos fraternas
traed al tigre indignado hasta el amo
que reina en Sion y se sienta en el tribunal;
y que toda la multitud del pueblo se levante
y clame ante el Señor: ¡Juzgad!, ¡muerte!
para que sea una enseñanza a vosotros
durante setenta años y generación tras generación.

De qué os sirve ser como los tigres heridos
por el filo de la espada del todopoderoso amo,
si mejor es ser cordero que pace en los campos de Tito,
más silencioso que el pasto.

Así nos predica Flavio,
el sometido señor de la campiña;
maldito Amén los esclavos contestan.

Y donde está Flavio están los rebeldes
que, como los rebeldes de antaño, dicen lo contrario;
cuidad las armas y conservad el escudo,
herencia de David sobre la propia tierra de batalla.

¡Vosotros sois el soberano aquí! es la tierra de vuestros
padres.
Vuestro rey duerme aquí. Es la tierra del Reino.

La bandera de la ocupación y las águilas de hierro
ya son hoy como trofeos en vuestras manos.

Que os ardan los ojos al ver lo que pasa
en la calle, en la ruta, en el campo y en la oficina.

Y mientras arad la tierra, plantad árboles,
construid aldea tras aldea
y fortaleced las ciudades.

Comed y fortificaos, creced y multiplicaos:
sangre iracunda en nostálgica carne
mantenida en opresión entre el Jordán y el Mar.

Preparaos para el día - contadlo a vuestros hijos
cual versículos de profecía con música profunda -
vendrá el día de retribución y venganza
¡el día de las armas!

Una doble órbita solar estará sobre las montañas.
Fluiréis cual lava entre montes y llanuras,
haréis huir al enemigo hacia el mar abierto.

Y Flavio, vestido en uniforme británico
con corazón de ratón en su pecho
huirá de vuestra tierra liberada
como corren los pies sobre el hierro ardiente
hacia el mar, hacia el barco de guerra británico
el último en el puerto

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